martes, 6 de mayo de 2014

Violentar con la poesía la propia existencia


                                           Augusto Rubio Acosta

En Santa, la tarde soleada en que la multitud despedía en las calles y en el camposanto a Jorge Noriega, viejo luchador social de la provincia, Roger Torres me entregó sus poemas. De regreso a casa, mientras les daba una hojeada y evitaba se volaran por la ventanilla de un auto desde donde veía pasar vehículos pesados, la tarde fría, el túnel de Coishco, esa garganta insondable que todo lo devora y convierte en sombras, que todo lo eclipsa, empezaron a asaltarme muchas cosas, demasiadas preguntas.
¿Por qué ser poeta?, ¿por qué ese sacrificado oficio si con él no se percibe reconocimiento social alguno?, ¿por qué entregarse por completo a una actividad que no genera ingresos pecuniarios, ni siquiera el mínimo indispensable para vivir con dignidad?
Leyendo los desengrapados folios me encontré con la risa y la muerte, hallé al poeta persiguiendo la alegría y pactando con ella en su misma sepultura, lo vi hablar con los pájaros y la música, con las constelaciones infinitas, clausurar las horrendas páginas en technicolor de su pasado, cosechar luceros en las tempestades y atizar la palabra, fuente inagotable desde donde surge su forma de entender el mundo, la existencia.
La poesía le permite al autor de este libro ser honesto. Honesto porque el poeta no contrae ningún tipo de compromiso: ni con las editoriales ni con el público lector. No es rentable dedicarse a algo tan incierto, pero es una vocación; permite decir lo que no se podría comunicar de otra forma. La poesía es extraña, compleja, consuela a los hombres en el dolor, los acompaña frente al inexorable paso del tiempo. Si bien es cierto no es un remedio, tiene la fuerza suficiente para consolar y esa es una de las razones por las que no se ha extinguido nunca, a pesar de existir todas las condiciones para que ello ocurra en una sociedad insensible e indiferente como la nuestra.
Al autor de esta colección de poemas lo he tratado muy poco, a pesar de conocerlo hace mucho. Alguna vez declamó uno de mis poemas en los viejos recitales de la Biblioteca Municipal, me acompañó declamando a Vallejo el día que presenté uno de mis libros al interior de la prisión de mi ciudad, donde junto a la Comisión de Justicia Social inauguramos una pequeña biblioteca. Desde hace una considerable cantidad de años, con Roger Torres hemos compartido jornadas culturales sin nombre y escenarios diversos, pero no ha sido sino hasta el día en que me entregó sus poemas –allá en Santa- que recién lo conozco y puedo dar fe de quién se trata.
Leyendo las páginas de este libro, encontré a un creador de raigambre popular y silencioso, un ser humano que no escribe para el gusto de los eruditos, sino 'para que descanse su cerebro' y -sobre todo- 'para que lo olviden'. Ahí está su profundidad conceptual, de dolor y canto a la vida; su expresión poética deliberadamente sencilla, apenas imágenes caracterizadas por la dolorosa conciencia de la transitoriedad. Son poemas que el autor ansía se constituyan en arte total, aquí conviven la música de las palabras, el color de la pintura, la necesidad de integrarse o de resocializarse y la búsqueda de un mundo nuevo, de una tierra distinta.
En este volumen el poeta se regocija incluso de su muerte y llega a amar el olor incierto de su cuerpo yerto que, a pesar de todo, conoció y se apoderó del amor poco antes de despedirse del mundo. El autor le canta al sepulcro que asegura lo está esperando. Su desnudez y el fuego inacabable de sus palabras le permiten alcanzar y morder a sus anchas -por las noches- los pezones de la luna. El poeta está solo, pero feliz con todos, le ha declarado la guerra a la soledad que ha transformado sus venenos en cenizas.
¿Qué hace que alguien como Torres administre lo mejor que pueda sus emociones y levante su poesía por encima de la escoria en que vivimos?, ¿qué hace al poeta libre, a pesar que a diario encarcelan su cuerpo mas no sus ideas?, ¿por qué a los creadores les duelen los huesos de sus padres?, ¿por qué a algunos se les acusa y judicializa por violentar con la poesía su propia existencia?
En el dolor y el amor quizá se encuentren las respuestas a todo esto, ahí está todo aquello que nos permite seguir respirando con el trozo de piel que aún conservamos, lo poco que nos queda. Estos poemas son básicamente testimoniales. La poesía es, en verdad, una ficción del lenguaje cotidiano. Es cierto que en la ciudad y el país nadie lee mucho, y que los pocos que lo hacen leen sobre el alza de pasajes, los escándalos políticos y de la farándula, sobre las derrotas consecutivas del fútbol peruano. Es cierto que nadie lee sobre las cicatrices y el inventario del llanto humano, tampoco sobre los poetas que generalmente terminan sus vidas maltrechos y tuberculosos, idolatrados paradójicamente por sus lectores y nombrados hasta por el viento. Es cierto que son muy pocos los que leen mucho, que para los mismos poetas hasta el oficio ha perdido prestigio y cada vez les es más complicado todo, hasta conseguir el amor de una muchacha. Son ciertas tantas cosas, es apabullante tanta verdad, pero qué necesaria es la poesía para quienes sí la aprecian y la respiran a diario.
Duele escribir, sí, pero más duele el silencio. Sin embargo, aquí estoy junto a ustedes con este libro -aún inédito- que pronto será publicado, lo cual constituye una esperanza. Violentar con la poesía la propia existencia. Gracias al autor por permitirnos acceder a sus palabras.

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